Un buen cantautor debe tener, en primer lugar, una voz personal, una voz que le identifique rápidamente, y Menaia la tiene. Las canciones de Urko Menaia recuperan la estética musical y la sensibilidad poética de los cantautores de la década de los 60 o 70, aquella que popularizaron Imanol, Xabier Lete, Paco Ibañez o George Brassens. Lo primero que llama la atención al oír una de sus canciones es precisamente ese timbre profundo y grave y la bella entonación al cantar. Luego está la melancolía y tristeza que despiden muchas de sus canciones, esa capacidad para emocionar, que en el disco se ve reforzada, añadiendo gotas de tensión y dramatismo, por los arreglos de Idoia Oteiza (piano y sintetizadores) y Luis Fernández (violonchelo), músicos que le acompañan habitualmente cuando actúa en teatros.